ORAR PARA VIVIR BIEN LA FE

La espiritualidad cristiana es un camino de fe, una alabanza continua con el esfuerzo de nuestra vida, un estar con Dios.

miércoles, 17 de febrero de 2010

LA FUERZA ESPIRITUAL DE LA CUARESMA

La Cuaresma es un tiempo litúrgico con un programa espiritual definido. La cuarentena es un verdadero y amplio retiro espiritual que se vive, se aplica en las realidades del mundo.
En primer lugar, las prácticas realizadas durante este período están encaminadas a ilustrar y a profundizar el sentido de la existencia cristiana, partiendo desde el miércoles de ceniza. Recuerda que eres polvo, arrepiéntete y cree son dos pregones que repercuten en la conciencia para introducir al creyente en una actitud de apertura de corazón, para analizar la propia conducta, la voluntad y la finalidad de la vida personal.
En segundo lugar, aunque el imperativo de la conversión se mantiene se hace más urgente la conciencia sobre la lucha interior. El ejercicio intrapersonal, es decir, el discernimiento de la vida adquiere una renovada visión de las propias responsabilidades ante el prójimo y ante Dios. Estamos siempre de frente a las tentaciones pero ya no les presentamos ningún antagonismo, ya no existe pugna interior porque nos falta silencio y vida interior. La consecuencia de ello es el pecado y la falta de conciencia de él.
Generalmente el cristiano sabe que tiene que ir más allá de la muerte, como el mismo Señor Jesucristo quien tenía muy clara su misión. El cristiano necesita armas para enfrentarse a la lucha, no puede combatir el pecado por sus propias fuerzas. La oración y la fe en Jesús nos comprometen a cumplir con nuestras responsabilidades y con nuestra misión. Jesús, siendo hombre, nunca dejó de clamar al Padre con fuertes gritos, él mismo, siendo fiel, cumplió su misión porque tenía confianza en su Padre. La Cuaresma, por tanto, en lugar de causarnos angustia y frustración nos debe aportar fortaleza. Cuando por el contrario nos sentimos desolados, tristes, solos o enojados, tan sólo manifestamos esa parte de desconfianza aguda que nos atrapa.
Sin lugar a dudas, la Cuaresma es la celebración de la muerte de Cristo, siendo ésta una muerte redentora, una muerte por medio de la cual se da la vida. La Cruz de Cristo es el vehículo del discernimiento: a final de cuentas, la vida cristiana es un camino de cruz. Los padecimientos del cristiano son un signo, que visto desde la fe son un fuerte estímulo del Espíritu para darnos la oportunidad de sentirnos vivos, superando el desafío de la vida mediocre. Jesús tuvo que someterse a una pasión para realizar una pascua. El gozo pascual es el fruto de ese esfuerzo. En ese momento la presencia del Espíritu se convierte en bálsamo de paz, de fortaleza y de alegría. Sólo aquel que acepta una vida en cruz puede soportar una muerte en cruz. La cruz no es sinónimo de dolor sino de identificación plena con Jesucristo.
La Pascua viene a ser, entonces, una vida sin retroceso al pecado, es una especie de rebautismo en donde prometemos no volver a pecar, es una reiniciación cada vez más cristiana, más comprometida y más santa porque se le ha dado un nuevo sentido a la vivencia de la fe por la gracia del Señor. Después de este catecumenado espiritual representado por la Cuaresma se puede ingresar a la vida de los iluminados, es decir de aquellos que fueron marcados con la sangre del Cordero y no sufrieron la muerte. Esto, traducido a la vida, significa estar en la expectativa del Espíritu Santo. Después de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron pero quienes perseveraron recibieron la consolación, dones especiales y una posterior confirmación en Pentecostés.
Con una intensa vivencia del tiempo litúrgico en la Iglesia los sacramentos cobran una dimensión más plena y el apostolado se hace fecundo porque es la obra Cristo, y su Espíritu le acompaña.

sábado, 13 de febrero de 2010

VIVAMOS LA CUARESMA

Cuaresma es tiempo de violver a Dios, oportunidad de reconciliación, oacsión para el perdón. Preparémonos a esta práctica espiritual que nos conduce a la Pascua. Meditemos sobre el mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para la cuaresma de este año:

"Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año quiero proponeros algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).Me detengo, en primer lugar, en el significado de la palabra "justicia", que en el lenguaje común implica "dar a cada uno lo suyo" - "dare cuique suum", según la famosa expresión de Ulpiano, un jurista romano del siglo III. Sin embargo, esta clásica definición no aclara en realidad en qué consiste "lo suyo" que hay que asegurar a cada uno. Aquello de lo que el hombre tiene más necesidad no se le puede garantizar por ley. Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más íntimo que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. Los bienes materiales ciertamente son útiles y necesarios (es más, Jesús mismo se preocupó de curar a los enfermos, de dar de comer a la multitud que lo seguía y sin duda condena la indiferencia que también hoy provoca la muerte de centenares de millones de seres humanos por falta de alimentos, de agua y de medicinas), pero la justicia "distributiva" no proporciona al ser humano todo "lo suyo" que le corresponde. Este, además del pan y más que el pan, necesita a Dios. Observa san Agustín: si "la justicia es la virtud que distribuye a cada uno lo suyo... no es justicia humana la que aparta al hombre del verdadero Dios" (De Civitate Dei, XIX, 21)."El evangelista Marcos refiere las siguientes palabras de Jesús, que se sitúan en el debate de aquel tiempo sobre lo que es puro y lo que es impuro: "Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre... Lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas" (Mc 7,15. 20-21). Más allá de la cuestión inmediata relativa a los alimentos, podemos ver en la reacción de los fariseos una tentación permanente del hombre: la de identificar el origen del mal en una causa exterior. Muchas de las ideologías modernas tienen, si nos fijamos bien, este presupuesto: dado que la injusticia viene "de fuera", para que reine la justicia es suficiente con eliminar las causas exteriores que impiden su puesta en práctica. Esta manera de pensar -advierte Jesús- es ingenua y miope. La injusticia, fruto del mal, no tiene raíces exclusivamente externas; tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Lo reconoce amargamente el salmista: "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 51,7). Sí, el hombre es frágil a causa de un impulso profundo, que lo mortifica en la capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Abierto por naturaleza al libre flujo del compartir, siente dentro de sí una extraña fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos: es el egoísmo, consecuencia de la culpa original. Adán y Eva, seducidos por la mentira de Satanás, aferrando el misterioso fruto en contra del mandamiento divino, sustituyeron la lógica del confiar en el Amor por la de la sospecha y la competición; la lógica del recibir, del esperar confiado los dones del Otro, por la lógica ansiosa del aferrar y del actuar por su cuenta (cf. Gn 3,1-6), experimentando como resultado un sentimiento de inquietud y de incertidumbre. ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor?En el corazón de la sabiduría de Israel encontramos un vínculo profundo entre la fe en el Dios que "levanta del polvo al desvalido" (Sal 113,7) y la justicia para con el prójimo. Lo expresa bien la misma palabra que en hebreo indica la virtud de la justicia: sedaqad,. En efecto, sedaqad significa, por una parte, aceptación plena de la voluntad del Dios de Israel; por otra, equidad con el prójimo (cf. Ex 20,12-17), en especial con el pobre, el forastero, el huérfano y la viuda (cf. Dt 10,18-19). Pero los dos significados están relacionados, porque dar al pobre, para el israelita, no es otra cosa que dar a Dios, que se ha apiadado de la miseria de su pueblo, lo que le debe. No es casualidad que el don de las tablas de la Ley a Moisés, en el monte Sinaí, suceda después del paso del Mar Rojo. Es decir, escuchar la Ley presupone la fe en el Dios que ha sido el primero en "escuchar el clamor" de su pueblo y "ha bajado para librarle de la mano de los egipcios" (cf. Ex 3,8). Dios está atento al grito del desdichado y como respuesta pide que se le escuche: pide justicia con el pobre (cf. Si 4,4-5.8-9), el forastero (cf. Ex 20,22), el esclavo (cf. Dt 15,12-18). Por lo tanto, para entrar en la justicia es necesario salir de esa ilusión de autosuficiencia, del profundo estado de cerrazón, que es el origen de nuestra injusticia. En otras palabras, es necesario un "éxodo" más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón, que la palabra de la Ley, por sí sola, no tiene el poder de realizar. ¿Existe, pues, esperanza de justicia para el hombre?El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: "Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado... por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la "propiciación" tenga lugar en la "sangre" de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la "maldición" que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la "bendición" que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14). Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? Cada uno no recibe de este modo lo contrario de "lo suyo"? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante. Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede rebelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de Otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo "mío", para darme gratuitamente lo "suyo". Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia "más grande", que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación. Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Con estos sentimientos, os imparto a todos de corazón la bendición apostólica".

jueves, 10 de diciembre de 2009

VIVAMOS EL ADVIENTO

Adviento es lo que viene. La fe cristiana sólo espera a Cristo que viene en su encarnación y se le espera en su segunda venida. De hecho la vigilancia cristiana consiste en estar siempre atentos a la llegada de quien nos ha de abrir las puertas para entrar al Reino de Dios. En el caso del tiempo litúrgico de Adviento es una preparación espiritual para la llegada de Jesucristo, el Hijo de Dios que viene a hacerse hombre, es una experiencia de fe que no sólo es un recuerdo sino una realidad trascendental; celebrar el misterio del nacimiento humano de Cristo es una actualización del hecho histórico pero también es una asimilación de su ser en nuestras vidas.

El adviento consiste en cuatro semanas de celebración con cuatro temas definidos:
Primera semana: Espectación. Todo hombre y todo el universo entero estran a la espectativa del Mesías que se acerca. (Jer 33,14-16; 1Tes 3,12-4,2; Lc 21,25-28.34-36)
Segunda semana: Preparación. Conversión del corazón en la justicia ante la inminente llegada del Señor. (Ba 5,1-9; Fil 1,4-6.8-11; Lc 3,1-6)
Tercera semana: Alegría. El alma del creyente se alegra porque se acerca su salvación, porque se verifica un cambio en la vida. (So 3,14-18; Fil 4,4-7; Lc 3,10-18)
Cuarta semana: Plenitud. La vida surge porque para Dios todo es posible. (Mi 5,1-4; Heb 10,5-10; Lc 1,39-45)

Hagamos el camino del Adviento para preparar los caminos que nos llevan a Jesús esta navidad.

ORACION Y CARIDAD

BIENVENIDOS

Esta es una iniciativa católica para hacer un camino espiritual con los hermanos que deseen iniciar o continuar un encuentro más intenso con Dios. La fe cristiana nos exige una vida en el Espíritu de modo que todo se vea iluminado y fortalecido por la gracia de Cristo. Por eso este blog lleva por nombre Oración y Caridad, esta frase encierra un proyecto simple pero muy bien determinado: vivir la fe, hacer eficaces los alcances de la espiritualidad en la vida de todos los días; una oración que se hace vida es la mejor manera de hacer presente el espíritu de Cristo en el mundo.

Por eso invitamos a nuestros hermanos a que participen con sus preguntas, sugerencias, dudas, o comentarios a partir de los temas que iremos proponiendo, estos sobre todo enlazados con la Palabra de Dios, con los tiempos y fiestas litúrgicas y con temas que iluminen las realidades personales y de la comunidad.